martes, 16 de diciembre de 2014

Muy grandes los hijos del director / JRP


Los consumidores del arte estamos acostumbrados a que generalmente la obra artística en la medida que vaya progresando vayan desenredándose los conflictos que edifican la trama, de fallar esta fórmula entonces el acto de descifrar con claridad hacia dónde indican las coordenadas que se propuso el autor, se convierte en un ejercicio de singular complejidad.
Lo que a mi juicio justamente sucede con “La Tribulación de Anaximandro (Hombre. Arche, Apeiron)”, coreografía del holguinero George Céspedes que con su compañía Los Hijos del Director, subió al escenario de la Sala Raúl Camayd, del Teatro Eddy Suñol este 14 de diciembre ¿Cómo regalo especial para los trabajadores de la cultura en su día? quizás sí, pero también regalo de lujo para los amantes de la danza en Holguín.
Una pieza que a mi modo de ver reta constantemente al espectador, lo ubica una y otra vez en el borde del camino, asaltado por una duda, si se desmonta del tren o sigue apostando por un viaje en el que puede parecer que se maneja con una venda en los ojos.
Desde su propio título se torna difícil esta pieza de sobrado rigor danzario, enigmática, emocionante, exigente, que escarba en lo más profundo del ser humano con una propuesta impecable, tanto desde su concepción como de la brillante ejecución por parte de las bailarinas y los bailarines.
Una pieza que se reta a sí misma continuamente, que sabe aprovechar con inteligencia cada segundo de sus casi 60 minutos de duración, que se impone ante el espectador, desafiándolo desde el principio en que la música con un volumen por encima de lo normal en una sala teatral para el oído de los seres humanos, acompaña cada movimiento de “Los hijos…”
De hecho la banda sonora, desde la melodía estridente hasta el silencio, se convierten en un ente insoslayable de esta pieza dramática que —según mi lectura y digo “mi lectura” con marcada intensión, pues a mi juicio, esta obra tiene tantos conceptos o maneras de descifrarla como espectadores tenga— bebe de la fuente inagotable de los grandes filósofos griegos, quizás en la de Anaximandro de Mileto.
Esta es una de esas obras en la que uno como humilde espectador que tiene no pocas horas de vuelo en los predios de la danza, intenta traducir lo que hay detrás de cada movimiento, se figura historias, arma conceptos, pero el discurso de la pieza va cerrando brechas hasta llegar a un callejón sin salida en el que no nos queda más remedio que aceptar lo complejo del montaje y disfrutarlo con los muchos porqués que van surgiendo en el camino.
Pero a medida que pasa el tiempo, cada interrogante va recibiendo una respuesta contundente con el lenguaje de la belleza, con la expresión y la limpieza con que los bailarines asumen cada ejecución de una trama de excepcional factura y muy contemporánea.
En mi opinión, el holguinero George Céspedes, creador de piezas tan grandes como su anterior estreno, Identidad a la menos 1, sabía muy bien lo que pretendía y hasta dónde quería llegar con esta propuesta, mostrar una obra a primera vista ininteligible pero extraordinariamente hermosa y profunda.
De lo que indiscutiblemente no queda ninguna duda es que La Tribulación de Anaximandro…, dotada de un gran componente psicológico, tiene muy bien puesto su nombre, es una verdadera tribulación; una obra en la que varios elementos interactúan, oscuridad e intensidad, amargura y energía, complejidad y belleza, y por último, una fuerza descomunal.
Al final de la obra, detrás del telón más allá de felicitar al director y al elenco, hubiera podido preguntarle a George, qué quiso decir con tal o mas cual expresión danzaría, qué función jugaba en la puesta la música tan alta, en fin tratar de disipar mis dudas, sin embargo, preferí irme con ellas a cuestas y patentizar mi propia lectura, y es que es esta una de las grandes conquistas de la pieza, que cada espectador se vaya con su “Tribulación”.
Pocos colectivos logran en apenas un año de trabajo una sintonía tan evidente, materializar un proyecto con artistas tan talentosos quienes verdaderamente se comen el escenario. Con estos pasos bien firmes comienzan a caminar por el tortuoso pero a la vez apasionante camino de la danza contemporánea Los Hijos del Director.

martes, 9 de diciembre de 2014

Cuba, adiós para siempre… /JRP


Teniendo como precedente el esfuerzo, desvelo y no pocos sacrificios que implican para un colectivo teatral estrenar una obra, es ciertamente difícil cuestionar el trabajo, pero quienes tenemos el compromiso de emitir un criterio debemos cumplir sin apasionamiento con el juicio sincero, necesario y siempre edificante que debe ser la crítica como instrumento de reflexión para con el público y sobre todo con el artista por aquello de “que hablen, aunque mal, pero que hablen”.
“Cuba, adiós para siempre”, una puesta en escena del actor Elier Álvarez Piñero, sobre el texto de Maikel Chávez, con dirección general de Manuel Rodríguez Moreno, estreno con el que Teatro AlasBuenas subió al escenario principal del Suñol durante este fin de semana, es una propuesta que sin lugar a dudas dista mucho de sus muy bien concebidos y logrados montajes anteriores.
Trabajar sobre el tan trillado tema de la emigración cubana es decidirse a caminar sobre una cuerda floja, en principio porque son tantas las versiones que en el plano artístico tiene tan recurrente asunto nacional que siempre será riesgoso volver sobre esta realidad cubana tan común en la medida que pasa el tiempo, y a mi modo de ver en esta ocasión el riesgo arrojó más penas que glorias.
Una obra que desde el inicio el espectador percibe que fue trabajada sobre un texto endeble, el cual sin dudas pudo haber crecido con una puesta en escena mucho más ingeniosa, sin embargo, la fragilidad del montaje de conjunto con el deficiente trabajo de la mayoría de los actores, la llevan a rayar en el pastiche y lo reiterativo, alejándola de la belleza a la que debe conducir toda obra de arte.
Más que interiorizar sus personajes, los aún muy verdes actores que conforman el elenco de la obra, prácticamente recitan el texto en un tono caricaturesco y falso, con un desempeño plagado de lugares comunes, actores que requieren de un mayor entrenamiento para que vayan despojándose del evidente verdor con que egresan de las escuelas de actuación.
Claro, que la responsabilidad mayor aquí está muy bien definida, esta mira hacia quienes deben dirigir con audacia y tienen que explotar al máximo el talento y las capacidades de estos muchachos que dan los primeros pasos en el complejo camino de las tablas.
A mi juicio, la obra que tiene como escenario un restaurant de lujo en España no es capaz de definir una frontera entre lo real y lo burlesco. Dibuja a un emigrante cubano simplón, histérico, poco serio e incapaz de demostrar esa consabida nostalgia que siente el isleño cuando se va a vivir al continente. Tal vez la trama quiso transmitir la añoranza de estos seis cubanos quienes desde el destino que les ha deparado la vida sufren el padecimiento de la lejanía, pero indiscutiblemente no lo logró.
Contra la puesta conspiran además parlamentos discursivos y monótonos con tono de consigna, un montaje plano con pobre diseño de luces y una banda sonora bien concebida, que incluso pudo haberse convertido en un personaje más, pero lejos de ello más bien compite contra la voz de los actores quienes a su vez deberían aprovechar mejor el recurso de la proyección escénica.
La camarera, defendida por Violeta Lores, quien supuestamente asume un rol protagónico, deviene especie de comodín para abrir y cerrar el telón, un personaje sin matices al que se le pudo incorporar mucho mas aprovechando la naturalidad expresiva de la actriz.
De “Ernesto”, el gay, a quien da vida José R. Moreno, es una burla por completo, más allá del evidente amaneramiento del personaje, ridiculizan a éste la brutalidad y lo vulgar. “John”, el enamorado de Ernesto, trabajado por José A. Pérez, es un personaje tan neutro que prácticamente pasa inadvertido en la trama, papel que por demás apenas ofrece posibilidades al actor de demostrar algún talento.
Walter E. Pérez y Laura García, encarnan respectivamente a “David” y a “Yanay”, un matrimonio joven que se debate en la disyuntiva de regresar o no a su Cuba natal, sin que ninguno de los dos logre aportar nada significativo a sus rancios personajes. En el caso de Miguel A. García, quien interpreta a “Miguel Ángel”, resulta personaje que se ve aplastado totalmente por su esposa “Caridad”, la que se logra robar el show de la puesta, interpretado con mucha más limpieza y brillo por Liliana Guevara que por Damaris Velázquez.
Amén de una mayor o menor lograda interpretación por parte de los actores, quizás todos los problemas de Cuba, adiós para siempre… radican en su concepción dramatúrgica, en no haberla concibido como una obra grande, en no delimitar un buen punto de giro y dar solución a los conflictos con salidas facilistas y manidas, ejemplo de ello, la fatal escena de la fiesta en el pensamiento de la “Yanay”.
En un momento pensé que el final salvaría en algo la puesta, nada más lejano de ello cuando la “camarera”, recitó “En Cuba siempre tenemos una mano extendida para decir adiós y no lo digo yo, lo dijo Eliseo Diego, Cuba adiós para siempre”.Solo le faltó enterrarse en el pecho un cuchillo de mesa del Restaurant de lujo “La Paquera de Jerez”, —del que logramos conocer el nombre gracias al programa de mano— caer de bruces y susurrar en el umbral de la muerte “Koniek”.
Por aquello del esfuerzo y los no pocos desvelos que implican estrenar una obra de teatro es precisamente que hay que asumir con el mayor rigor su puesta en escena, es decir, su esencia, pulir el trabajo con los actores y sacar el máximo de lo que estos pueden dar, y siempre alejarla de lo banal y de la palabrería obscena sin justificación.
Creo saludable experimentar con la propuesta, levantar el texto con inteligencia, hacer que el espectador mueva el pensamiento y no otra cosa, adentrarlo en otra realidad porque indiscutiblemente le queda grande el escenario a una obra artística que deje a un lado el arte para mostrarnos lo común de la vida, para eso a todas luces no hace falta ir al teatro./ Foto: Heidi Calderon.

Adiós a una Diva del bel canto / JRP

Como mismo muchas veces esta noble profesión del periodismo nos colma de alegría, orgullo y satisfacción, otras nos pone en la encrucijada de tener que abordar la muerte, algo tan natural como la vida pero que los seres humanos nunca la vamos a asumir con esa naturalidad que esta llega con su abrazo eterno.
En la noche de este siete de diciembre recibí la triste noticia de la muerte de la soprano holguinera Náyade Proenza, y digo holguinera porque ella lo decía con mucho placer aunque fuera habanera de nacimiento. Víctima de una larga enfermedad, la artistade intachable trayectoria dijo adiós a la vida apenas tres horas antes de este ocho de diciembre cuando cumpliría 72 años.
Graduada de maestra normalista, Náyade inició su vida artística en el coro del sindicato de maestros en 1962 propio año en el que junto al inolvidable barítono Raúl Camayd quien se convertiría en su compañero de la vida, fundó el Teatro Lírico Rodrigo Prats, institución que ella dirigió entre 1991 y 1994 tras la muerte de Camayd.
A lo largo de su carrera profesional, primero como miembro del coro y luego como cantante solista de la compañía lírica holguinera, Náyade tuvo a su cargo roles protagónicos en zarzuelas, óperas y operetas, además de un abarcador repertorio de música de concierto, lo que la hizo una artista muy versátil y completa a juzgar por la calidad con que asumía lo mismo la actuación que la interpretación.
Entre otros títulos Náyade ejecutó la Rosaura de la Zarzuela española “Los Gavilanes”, obra con la que nació el Teatro Lírico Rodrigo Prats. También dio vida a los personajes centrales femeninos de piezas como: Luisa Fernanda , La del Soto del Parral, Las Leandras, Amalia Batista, María La O, El Cafetal, Rosa La China, Cecilia Valdés, La Traviata y La Viuda Alegre.
Aparejado a su desempeño como intérprete, la reconocida soprano holguinera desarrolló una prolífica labor pedagógica contribuyendo a la formación de varias generaciones de cantantes en la filial de canto del Instituto Superior de Arte, hoy Universidad de las Artes, en el Centro de Superación para la Cultura y por último en la Universidad de Hermosillo en México.
Para cumplir con su deseo de que su muerte pasara como algo natural, esta mañana el lobby del Teatro Comandante Eddy Suñol, el que fuera el escenario de sus grandes éxitos, fue el sitio donde se reunieron compañeros de trabajo, muchos de sus alumnos y amigos de toda la vida para recordar a esta insigne figura del canto lírico cubano.
Frente a una bella foto de la inolvidable soprano y a un hermosísimo arreglo floral, se le cantó, la actriz María Eugenia Candaosa, regisseur del Teatro Lírico compartió con el auditorio datos de la cantante, se hicieron anécdotas de su trabajo y de su vida y especialmente se le escuchó cantar. Entre risas pero sobre todo con no pocas lágrimas en los ojos, transcurrió el sencillo pero emotivo encuentro en el que participó uno de sus discípulos, el barítono Alfredo Más.
“No podemos evitar sentir tristeza, pero la muerte no es real cuando se ha sabido cumplir con el legado de la vida y se deja en la tierra una huella imborrable”, dijo profundamente emocionado el reconocido barítono. “Este homenaje de los artistas del Teatro Lírico ha sido nuestro modesto pero muy sincero reconocimiento a alguien que siempre fue ejemplo para todos”.
Alfredo Más comentó a la prensa que tendrá el honor de dirigir el próximo homenaje que se le rendirá a la maestra Náyade. “Será un concierto que he nombrado Zarzuelas de mi Cuba, todo el programa que se va a interpretar serán zarzuelas cubanas, y estará dedicado completamente a Náyade quien tanto las cantara”. El concierto homenaje tendrá lugar este sábado 13 de diciembre a las nueve de la noche en la Sala Raúl Camayd del propio Teatro Suñol.
Al fallecer la singular soprano y pedagoga ostentaba entre otras distinciones, la de la cultura nacional, el Hacha de Holguín, el Aldabón de la Ciudad, El Angelote y la del Mérito Pedagógico. Por decisión propia y de sus familiares, sus restos fueron cremados y las cenizas se esparcieron en el mar, en la Villa Blanca de Gibara, donde se enamoraron ella y su eterno compañero Raúl Camayd.