viernes, 22 de abril de 2016
La cuarta Lucía… la primera Beatriz / JRP
Si Humberto Solás hubiera visto la cuarta Lucía, estoy seguro que a la legendaria trilogía de 1968 le hubiera sumado otra historia, la de Eduardo Eimil, interpretada “bestialmente” por la actriz Beatriz Viñas. La actriz se despoja de cualquier atadura para mostrarnos el conflicto de una “Ingrid Rodríguez” que pudiera ser también el de cualquier artista de las tablas, la televisión o el codiciado y anhelado séptimo arte.
Orgánica y convincente son dos calificativos que le vienen a la caja a la ¿frustrada? actriz, —refiriéndome a I. Rodríguez, claro está— quien asume con singular naturalidad cada uno de los roles que le tocan en este desfile de “complejas mujeronas”. Quizás sea un poco pretencioso de mi parte decir que esta cuarta Lucía viene a marcar un hito en la carrera de Viñas cuando la recuerdo con un personaje tan grande como el que encarnó en Utopía de Arturo Infante.
Mas como es la que nos ocupa “quitémosle la ropa” a esta Lucía-Ingrid. Si bien es cierto que una puesta en escena floja —que no es el caso de este exquisito monólogo— una buena actriz la puede levantar, Beatriz enaltece con su interpretación de lujo, con los matices exactos, lo que en materia audiovisual llamaríamos las transiciones, es una verdadera delicia.
Sustentada en algo tan común como lo es un casting, ¿común? cabría cuestionarnos, cuando a veces este concreta en buen modo el destino de un actor, lo llena de gloria o de… desconfianza en sí mismo. “La Reina de los casting” como se autodefine Ingrid solo viene a dejar el brillo sobre el nuevo escenario que le regala el Cine Pobre a la encantadora Gibara.
En algún momento de la puesta la actriz en busca de personaje-trabajo menciona a Idalia Anreus, y nos viene enseguida esa grande que Humberto consagró en pocos minutos con aquella “loca” exquisita, cuando con ese vozarrón dice un texto devenido ícono del cine cubano: “Una gardenia mamá, una gardenia”, que inmortalizó la primera Lucía Raquel Revuelta.
Eimil sabe explotar al máximo las excepcionales condiciones de Beatriz Viña, la reta una y otra vez, la pone a caminar por una cuerda floja en la que la actriz, diría yo, las actrices, tanto Viña como Ingrid salen airosas y robándose no pocos “Bravos” y los prolongados aplausos del público.
Merecidos gestos de elogio para con las actrices, y hasta me atrevería a agregar yo, que esos aplausos eran también para Raquel, para Eslinda y para Adela, y por qué no para todas esas actrices que han hecho grande a no pocas mujeres en el cine y el teatro en esta isla.
Y a quién no se le estrujó por un momento el corazón y hasta una lágrima sobrevino incontenible cuando Adela Legrá, una de las “muchachitas” de Humberto, abrazó a Beatriz, le agradeció, y ahora me pregunto, qué sentiría Adela al verse encima del escenario a través de la intérprete, porque sin dudas un pedacito de esta historia lleva su nombre.
Si algo tengo que señalar a la puesta en escena es el uso del “video”. No es que le quede mal a La cuarta Lucía, pero es como que ya el teatro no puede vivir sin este recurso, y si bien no debemos estar de espaldas a los adelantos tecnológicos, no tenemos por qué hacernos esclavos de estos. Ni a Ingrid, mucho menos a Beatriz le hacía falta el video proyector, como tampoco lo necesita la puesta.
En estos tiempos de “fusiones” unas veces más saludables que otras, los teatristas debían apostar más por una función genuinamente teatral, sin hojarascas o artificios que a veces lejos de aportarle a la puesta, le crean un vericueto, a mi juicio, a veces innecesario, y tómese esto como una “muela” para el teatro cubano contemporáneo, no tan así para La cuarta Lucía.
Dejé para el cierre de estas líneas la música que escogió Eimil para la puesta. Quizás se vio comprometido a emplear buena parte de la banda sonora de la Lucía de Solás. Pudo ser una camisa de fuerza pero no lo vi así, más bien le otorga a la puesta un tono melancólico, doloroso, quizás tanto como el dolor que lleva por dentro Ingrid.
Finalmente pregunto, quién no disfruta de la música de Lucía, ya solo por esto La cuarta… tiene un mérito ganado casi de gratis, pero tiene otros, varios para ser más justo, y los alcanza con la inteligencia de su director y la espectacular interpretación de la protagonista. ¿Quién no disfrutó de este homenaje a las actrices cubanas? Los aplausos que devolvieron la vida al viejo Teatro Colonial de Gibara dieron fe de todo lo dicho./Foto: Lázaro Wilson
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