jueves, 27 de febrero de 2014
Cuando Moltó habla, habla claro / Arnaldo Mirabal
Hace algunos días, un amigo me alertaba sobre los peligros de las diferencias generacionales que pueden surgir en el seno de cualquier entidad, e incluso fomentar la desunión. En ese instante le comenté que desde niño me inculcaron que escuchar a los mayores engrandece, porque tienen mucho que decir, ya que han vivido mucho.
Quien lo dude, que se siente unos minutos junto a Antonio Moltó, presidente de la Unión de Periodista de Cuba. Él posee esa rara virtud de los hombres del campo, que miran a los ojos del interlocutor cuando hablan, y se apasiona de tal manera al emitir un criterio, que sus palabras retumban, aunque no recuerdo que haya subido el tono de voz las veces que le he visto.
Como ejes centrales de su conversación emergen una y otra vez lo humano, lo divino y el periodismo. Y me llama la atención que nunca recite discursos altisonantes; aún desde el púlpito, conversa, eso sí, habla sin ambages.
Pero es que la verdad siempre retumba y la sinceridad aguijonea. La complacencia es para los otros, él prefiere hurgar la realidad constantemente, por tal motivo, a un año del Congreso de la UPEC, se cuestiona por dónde andamos los periodistas cubanos. ¿Qué hemos logrado?
“Si arribamos al próximo congreso sin ningún cambio verdadero, estaremos mudos, sin nada que decir, ¡Y no queremos eso!”, manifestó en un reciente encuentro en Camagüey. Yo me encontraba allí, y como casi siempre llevaba conmigo lápiz y papel, así que tomé nota para aprender.
“Tenemos que decirle al público dónde están los sinvergüenzas, y los jefes de los sinvergüenzas”, lanza a rajatabla el veterano periodista, y trato de captar, al menos, las ideas esenciales de cada frase suya.
“No debemos hacerle el juego a la mediocridad, ni perder tiempo en boberías, debemos efectuar un análisis sobre qué ha pasado en los medios en este último año. No podemos darnos el lujo de llegar al próximo congreso de nuestra organización con la sensación de que seguimos en las mismas”, le escuché decir, y asentí, porque desde hace algún tiempo esa son mis propias preocupaciones y las de muchos colegas.
¿Erradicamos el secretismo? ¿Por dónde andan las agendas mediáticas de los medios de prensa? Nos interroga Moltó, convocándonos a revalorizar las circunstancias inmediatas, que a veces pueden confundirnos con falsas expectativas de mejora, pero a larga el espejismo se desvanece, y nos damos de frente con la cruda realidad de que todo sigue igual.
Pero él, por suerte, no es de los que se chantan, mucho menos de los que se sientan en el contén del barrio a maldecir, prefiere acudir al lugar preciso y coger el toro por los cuernos, dirá lo que piensa lo mismo a un grupo de colegas mientras comparte unos traguitos de ron, que a un “ranqueado” dirigente en su Ministerio, porque cuando se pierde el arroz, la culpa sí la tiene alguien.
“Llamemos las cosas por su nombre, si no, nos hundiremos en la tragedia”, señala, y no es tarea fácil, pienso yo, porque durante años más de uno vivió del dulce cuento y las consignas. Y todavía hoy pululan seres camuflados e hipócritas que prefieren cerrar la boca a reconocer la amarga verdad, compartirla, o publicarla.
“No podemos arropar esa verdad con un velo, porque abajo se oculta la podredumbre”, sentencia.
Muchos periodistas todavía sufrimos del verticalismo “y tenemos que inocularnos contra él, que nos convirtió muchas veces en seres inútiles, repetidores de los que otros decían”, nos advierte.
Le escucho y tomo nota, paso la vista en derredor y noto el silencio, y hasta la incomodidad, porque preferimos las flores y frases triunfalistas, a la hiriente sinceridad, tan escasa a veces, y siempre necesaria.
Y habla de la unidad, de que nuestro país tiene la honra de vivir de su sabiduría, y de la película Conducta, o el nuevo libro de Fulgueiras, reconoce que con arte y gracia también se puede lograr trasmitir ideología. “Arte para los que padecemos y gozamos”.
Y nos muestra que los profesionales de la prensa somos culpables de mucho de nuestros males, que la pérdida de cultura profesional entorpece el ejercicio del criterio. “En varias provincias le hicieron poco caso al libro de Julio García Luis”, reconoce con cierto dolor.
“Que la ingenuidad no se pose en nuestra cabezas, y siempre combatamos abiertamente el verticalismo”, le escuché decir finalmente, y pensé: ¡ñooo, qué bueno está esto para mi blog! Ojalá muchos jóvenes tuvieran la templanza, valentía y la claridad de pensamiento del profe Moltó./Arnaldo Mirabal.
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