sábado, 24 de enero de 2015

Bailar en la casa del trompo / JRP


Contar con una compañía lírica que acaba de celebrar más de medio siglo de existencia, 52 años específicamente, le otorga a Holguín el privilegio de disponer de un público que si bien no es especialista en teatro o danza, al menos posee las herramientas o los referentes necesarios para definir con facilidad cuando un determinado espectáculo tiene calidad o adolece de esta como es el caso de la comedia musical “Chaplin en Burlesque” que durante la XXXIII Semana de la Cultura Holguinera subió al escenario principal del Teatro Eddy Suñol.
El espectáculo de marras es a juicio de este autor, perdonando la crudeza del término y jugando con el título de la pieza, una verdadera burla, en principio al genial Charles Chaplin, y luego a la inteligencia y buen gusto del público holguinero, por lo menos del conocedor, el asiduo al teatro, no tanto así del que al final de esta puesta, de pie gritaba ¡Bravo! mientras ovacionaba semejante mofa a la brillante tradición del teatro musical cubano, y lo que verdaderamente no comprendo cómo es que esto sucede en una propuesta del maestro Raúl de la Rosa, una verdadera institución cuando de teatro musical se habla.
El primer problema imperdonable de esta puesta en escena del Teatro América, de La Habana, es el cuestionable y poco creíble desempeño del supuesto personaje protagónico “Chaplin”, encarnado por el cantante y compositor Rafael Espín, quien entregó un Chaplin caricaturesco, frágil, añejo, a lo que hay que sumar, lo endeble de la concepción del personaje aun cuando debía brillar por encima del resto del elenco. Amén de la tristeza que debe encarar dicho papel nada justifica volverlo monótono, encajonado, desparecerlo de la escena como a cualquier otro del reparto, personaje que hubiera podido atrapar al público si el desempeño actoral hubiera sido mucho más grande y el guión así lo hubiera permitido.
Aunque con un poco más de brillo pero también endeble resulta el personaje de la vedette del Burlesque, interpretado especialmente por la cantante Haila María Mompié, quien obviamente a la hora de cantar lo hace con el talento que la ha ubicado en un lugar estelar como baladista e intérprete de otros géneros musicales, sin embargo a la hora de decir los parlamentos de la vedette, deja apreciar falta de entrenamiento y rigor en el difícil campo de la actuación. No obstante hay que reconocer el realce que le otorga al espectáculo contar en su nómina con una artista de la talla y el reconocimiento de Haila.
El resto de los personajes centrales como Madame Burlesque, asumido por la intérprete Leticia Nely, las cantantes del show, la holguinera Yenet Cruz y Yenis Santamaría, la bailarina solista Liset Varela, —el apasionado amor de Chaplin— y el joven barítono holguinero Yuli Suárez quien da vida a uno de los cantantes del Show Burlesque, con sus altibajos entregan unos personajes débiles, que requieren de un trabajo de mayor profundidad, sin dejar de reconocer la calidad interpretativa de Leticia Nely a la hora de cantar.
Dramatúrgicamente hablando “Chaplin en Burlesque”, es una obra que rosa en lo panfletario, plagada de textos cursis, carentes de profundidad, una propuesta que dice trabajar la línea de la comedia, y lo que menos hace el público es reír, a no ser con algunos de los limitados diálogos, entre estos el de una de las cantantes y la vedette. A todas luces, —por cierto elemento que no se explota con creatividad en el espectáculo— es justamente la concepción dramatúrgica de dicha propuesta la que fundamentalmente atenta contra la puesta en escena.
Quisiera saber cuántas veces entró y salió del escenario alternado por ambos lados de este, el mesero a cambiar la misma botella con la misma cantidad de líquido oscuro de la mesa de la derecha para la de la izquierda y viceversa. Me pregunto, qué función cumple repetir una misma acción con idéntica utilería funcional una y otra vez y otra vez y otra vez. Eso sin contar la frialdad y “sin ganas” del “actor” hacia el personaje. Esto, además de rayar en lo insignificante, consigue que el público se burle-sque de la función reiterativa de este comodín.
“Chaplin en Burlesque” no pasa de ser una obra dividida en cuadros de una manera reiterativa en la que la fórmula parlamento-tema musical-parlamento no ofrece ningún cambio a tener en cuenta que logre despertar el interés del espectador y denote elegancia en la puesta. Obra con un repertorio musical exquisito que si bien logra inyectarle belleza y dignidad en algún modo al espectáculo, destacándose en este sentido, la interpretación de “Candilejas” por Rafael Espín y “Mala” por Haila, por otro lado se ve opacado por la invariabilidad del esquema asumido en la trama.
Si algo hay que reconocerle a esta versión es la belleza del vestuario pero tal mérito se va al piso con un cuadro de pésimo gusto, grotesco hasta la médula, en el que los bailarines salen en calzoncillos, prenda idéntica a la que seguramente muchos de los varones que asistimos a la puesta traíamos esa noche. Por qué no se concibió una ropa que sin dejar de ser provocativa, no fuera el común calzoncillo al alcance de cualquiera de los presentes. Pero voy más allá, en este cuadro a mi modo de ver, el más fallido del espectáculo, a lo grotesco del uso de los calzoncillos se suma el físico poco atractivo de los bailarines, y para colmo el deficiente manejo de los tacones por la mayoría de estos, destacándose en esta limitación el personaje central del cuadro quien resbaló en medio de la ejecución.
Al leer las Notas al Programa que escribió el maestro Raúl de la Rosa, director artístico de esta versión de “Chaplin en Burlesque”, encontraremos que Burlesque es: “Modalidad del teatro musical… en la que, con movimientos eróticos y exagerados, se trata de ridiculizar una época o cualquier tema social, con vestuario ligero y provocativo, parodias y todo tipo de elemento propio para lograr el objetivo”, bien pudiéramos afirmar entonces que esta propuesta lo logra, pero una cosa es ridiculizar y otra muy diferentes hacer el ridículo, presentar una propuesta floja dramatúrgicamente, concebida con falta de ingenio y sobre todo plagada de lamentables actuaciones.
Si mi memoria no falla, el último musical del que disfrutamos los holguineros fue “Amigas”, por la compañía Liz Alfonso, y que manera de disfrutar esta obra de exquisita factura, digna de todos los elogios y que dejó en el público el buen sabor de haber asistido a una función significativamente válida, que con derroche de elegancia nos mostró el virtuosismo de su creadora y los méritos del musical, un género verdaderamente difícil dentro del teatro, que siempre tendrá que ir más allá de la pompa y la lentejuela.
Creo que los holguineros, acostumbrados a consumir propuestas legítimas, inteligentes y de buen gusto, no nos podemos sentir complacidos al presenciar una pieza que en buen modo subestima al propio público. Mucho menos lo merecía la ciudad en el contexto de su Semana de la Cultura, sobre todo una propuesta que se vendió como el gran “regalo” a Holguín, y cuan lejos está dicho espectáculo de ser lo que quizás se trajo con buena intensión, pero más que minimizar al público y en especial a los artistas de esta ciudad, deviene acto de irrespeto a la memoria de uno de los grandes genios de las artes, el inmortal Charles Chaplin.
Y no es que los holguineros seamos el ombligo del mundo, que de hecho no lo somos, pero a fuerza de ver obras grandes, medianas y pequeñas con mayor o menor decoro y sin el menor ánimo de pecar de soberbios, cualquier propuesta artística que decida llegar hasta aquí debe pensarlo bien antes de entrar en una plaza que con mucho esfuerzo sus artistas le han conferido notable reconocimiento y prestigio a nivel nacional y allende los mares, algo así como que al actuar en Holguín siempre se correrá el riesgo de venir a bailar a la casa del trompo.

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