domingo, 8 de marzo de 2015
Los hombres no lloran / JRP
¿Mami, los hombres no lloran verdad? La interrogante con acentuado matiz de afirmación irrumpió en medio de la oscuridad entre los gritos de dolor y desesperación que se escuchan de fondo. Así empieza a compartir el Asesino su triste y tenebrosa historia con el público que en un silencio total deja que la fuerte voz del protagonista cale en lo más profundo de su ser.
Esta excelente propuesta de Teatro La Loba, de Chile llega al Festival de Teatro Joven para sin lugar a dudas marcar una notable diferencia en lo que hasta ahora ha subido a la escena de esta séptima edición, y por qué no, el contraste lo logra establecer incluso con las propuestas de ediciones anteriores.
Asesino traspasa la frontera del teatro convencional para darse la mano con el performance. Desde las velas encendidas a la entrada de la sala Alberto Dávalos, los dibujos que muestran los brutales métodos de tortura empleados por los agentes de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), órgano tenebroso y represivo de la dictadura de Pinochet, elementos que por la manera en que fueron colocados a lo largo de la de por si incómoda escalera de acceso a la sala, constituyen un obstáculo a vencer por el espectador, por lo que le vienen muy bien a las búsquedas de este trabajo. Sin embargo fue una verdadera lástima que la iluminación de toda la sala desde su misma entrada no haya podido hacerse con la luz de las velas pues indiscutiblemente el efecto visual hubiera sido mayor en notable sintonía con la plasticidad de esta puesta teatral que explota con acierto recursos audiovisuales.
Se apaga la tenue luz, empiezan los gritos, el espectador ya está medianamente preparado para ¿disfrutar? de esta escalofriante historia, contada por uno de sus siniestros protagonistas. Está acostado en el piso con aspecto cadavérico, encima de él una imagen proyectada que muy bien demuestra el conflicto del pasado de este retorcido ser.
¿Cómo llegó a ser un asesino?, ¿Fueron los traumas de la dura infancia los que lo despertaron a la bestia?, ni así se justifica. Retumba en mis oídos una historia que no es la mía, tengo ante mis ojos exaltados a un verdadero asesino, caracterizado exquisitamente por el joven actor Álvaro Paltanioni. Prosigue el discurso y en medio del relato macabro el erotismo aflora, y yo me cuestiono, ¿cómo puede haber erotismo en tan escalofriante monólogo?, ¿cómo logra hacerme dudar entre el odio y la lástima este abominable ser?, lo consigue, sin dudas con singular virtuosismo. La voz retumba como un martillazo en la sien, el dolor le sale desde lo más profundo desde donde también le sale el miedo y los gestos que le dibujan la enajenación en el rostro. La voz lacera como la afilada hoja de un cuchillo, y yo desde mi asiento percibo el olor a sangre, veo a dos hombres sudorosos teniendo sexo, el ojo del tristemente célebre “Guatón Rojo” mirándolos, quizás con deseo de entrar en la orgía aun cuando sus ojos brillan cuando narra con desprecio su extravagante manera de tratar a “la putica de la esquina”.
El silencio abruma, solo la voz del Guatón se escucha, vuelve una y otra vez a hablar con “mami”, ¿verdad que los hombres no lloran?, la pregunta se le clava en el pecho porque sabe que fue débil, porque él también sintió el dolor, porque “tomé un sorbo de orine” yo siento que me falta el aire, el Guatón me llevó hasta una oscura pieza en Villa Grimaldi, he llegado al infierno, me mira a los ojos, baja la voz, vuelve al mismo sitio de donde se levantó, la serpiente se muerde la cola, la luz tenue desaparece, la oscuridad se adueña de la sala y en medio de la penumbra irrumpen los aplausos, el Guatón sale de escena, los aplausos continúan, los gritos de ¡Bravo! Murió el Guatón, regresa Álvaro, el chico que Manolo me presentó en el Parque, que me enamoró de su historia, le pide al público que no se vaya, los que ya se disponían a salir regresan, él explica lo que ya de sobra ejemplificó con su talento, y yo confirmo lo que advertí desde que me contó algunos detalles de la puesta, y ciertamente el mérito no es para el actor, él apenas es un vehículo que tiene la responsabilidad de acercarnos a una escalofriante historia sin la más mínima dosis de política, aun cuando la arquitectura del asesino parte de esa nube negra que oscureció a Chile por más de 15 años.
Quizás pudiera resultar paradójico que “Asesino” la disfruté como quien saborea un delicioso manjar. Desde que su protagonista me esbozó algunos detalles, supe que este asesino me tendría de su parte. Yo nací en 1976, entonces ya en Chile corría la sangre con la misma fuerza que la de un torrente de un río. No fue hasta en algún momento de mi adolescencia que escuché por primera vez aquel apellido extraño “Pinochet”, siempre aludiéndome al mentiroso Pinocho. Pasó algún tiempo y por alguna razón cayó en mis manos un libro, Isabel Allende me hizo enamorarme hasta hoy de esa trágica historia, De amor y de sombras se convertía en mi título de cabecera, desde entonces todo lo referente a la dictadura en Chile me parece verdaderamente interesante, por eso sabía que esta propuesta del festival la disfrutaría con creces, y una vez más reafirmo que no por gusto el teatro latinoamericano tiene un insoslayable referente en Chile.
Álvaro acaba de hablar con el público, los aplausos no esperan, él sale del escenario, yo de la sala, voy bajando las escaleras, la gente va delante de mí, me quedo solo viendo tanto horror, y en mi cabeza retumba la pregunta, ¿Mami, los hombres no lloran verdad?/Foto: Cortesía de Heidi Calderón.
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