Nunca logré ver el caimán pero si sus dientes y sobre todo una gran obra traída a la escena holguinera por Teatro del Espacio Interior del Camagüey, tierra de arraigada y probada tradición teatral. Ellos no podían hacer menos, tenían que dar fe de dicha condición agramontina y así lo hicieron con una puesta osada, a juicios de no pocos, contestataria, que sabe muy bien lo que busca y a través de símbolos y de una impecable actuación logra conseguir lo que pretende.
Si de un examen de semiótica se tratara “La panza del caimán” alcanzaría la evaluación de 5 con asterisco. A través de los símbolos incluso más que con la palabra desnuda la historia de esta Cuba alegre, muy alegre, pero también dolida. Baste con rememorar el inicio de la puesta, las sombras caminando de un lado a otro con maletas, luego se descifra el jeroglífico, se hace la luz y advertimos que se trata de la vieja tradición de darle la vuelta a la “manzana” a las doce de la noche del 31 de diciembre con una maleta para que en el nuevo año se cumpla el sueño de viajar.
Qué mayores símbolos que los zapatos viejos que rodean el espacio donde ocurre la trama, la estrella hecha de zapatos viejos, las maletas entrecruzadas por cuerdas sobre la loma de zapatos viejos, qué significación tienen los zapatos si no los pasos que van hacia todas partes, qué significación tiene para un cubano una maleta, más claro ni el agua.
La panza… es una obra incómoda —como el improvisado teatro arena que concibe el festival en el escenario de la sala Raúl Camayd del Teatro Suñol— una puesta en escena cuyos actores en medio del delirio (con notable dominio de la técnica) dicen cosas duras y hacen una luminosa radiografía a su país desde un teatro de la resistencia. El experimentado Mario Junquera sabe poner cada palabra dónde va, cada risa donde corresponde y cada reflexión profunda en el justo lugar que toca.
Sabe jugar con fragmentos de poemas de Guillén, los usa con saña a su favor, y nos pone a rascarnos la cabeza con aquello de que “No tengo lo que tenía que tener”… ese es el teatro, bocón per se, que mete el dedo en la llaga hasta hacerla sangrar. Mario Junquera puso a su altura a las muy jóvenes Lianet del Risco e Iris Mariño, los tres conforman un elenco a la grandeza de la puesta.
Al principio alguien dijo que la obra estaba hecha para verla frontalmente, sin dudas se equivocó, La Panza del Caimán es una obra que desde cualquier ángulo que se vea deja al espectador sin aliento pues la fuerza de los símbolos y de la palabra no conocen de posición, si no que alguien me diga qué sintió al escuchar cuando los personajes repetían “aceptar”, “aceptar”, “aceptar”, o cuando la voz irrumpió el silencio y encima de la loma de viejos zapatos dijo: “El farol que mi padre empleó en la Campaña de Alfabetización hoy alumbra esta chalupa”.
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